Más
allá de cualquier horizonte.
Más allá de
cualquier obstáculo,
allí está su brazo
y su andar seguro.
Surcando el suelo
yermo y apartado.
Su vocación
fraterna lo guía siempre
donde clama el hambriento
padecer.
El silencio lo
acompaña, la miseria lo fortalece
el
dolor lo inspira.
Ese dolor que clama y tirita de tanto esperar.
Pocos
le conocen, quizás no necesite apellido
¡Qué importa su nombre si es parte del follaje de tantos
montes olvidados, y su aliento suave aroma de
un verde
amanecer!
Eligió un largo y ríspido
camino. Ese es su rumbo,
porque soledad y miseria, dolor y abandono, lo
llevan
a cada
instante donde aguarda su destino.
Enhiesto en tantos ocultos rincones,
yace el rancho silencioso con un
hombre sin nombre
que espera de su noble mano apenas el ansiado alivio. .
Calandrias y
jilgueros trinan, día a día, la alegría de vivir
anunciando que un
poncho blanco por la senda se avecina.
Con él aplacará el
dolor, prevenirá el mal y cultivará
la esperanza.
Con su manto blanco
ese simple aldeano educará para la
vida y confortará también para la digna muerte.
Nadie iguala su espontáneo abrazo
hacia el humilde y necesitado,
porque su piedad surge de la espesura
y de la límpida verdura de la bella creación.
En el albor de la mañana su figura va
segura
por el angosto atajo.
Su blanco manto lo
acompaña en la faena, lo distingue
en la virtud, lo
acerca a la pureza…lo afianza en la fe
Simple es su palabra,
fuerte la mano sanadora,
envidiable su destreza,
inviolable el compromiso
y gigante su disposición.
No hay acecho que lo ataje
porque el blanco inmaculado de su poncho
imaginario
lo ampara de la helada, de la arpía alimaña y la lluvia
torrencial.
Por el escarpado atajo transita su figura
solitaria,
en busca del rancho escondido
para aquietar el
lamento del dolor harapiento
de un ser olvidado.
Allí donde la penumbrosa
miseria, tan solo arpillera,
yace sucia en un rincón, se escucha la tos perruna
que aulla en la
noche oscura y se pierde sin razón...
Porque es lamento de
changuito, es generación doliente
que siempre silente clama apenas salvación.
Es todavía el mal de
Chagas, la tisis torturante … la
malanutrición. Y la
lepra deformante que no logra la
distancia acercarle
solución.
Es que tal lejanía
no solo es larga senda, ni picos de
montañas, que impidan
caridad. Es la gran distancia,
esa gran hondura que separa a criaturas de un
sano bienestar.
Calandrias y jilgueros trinan, día a día, la
alegría de vivir .
También son parte del andar seguro de ese poncho blanco
cuyo manto ya enlodado quiebra la maleza impura
para llegar a tiempo y llevar consuelo…aunque
tantas veces apenas eso.
Porque no existe
duda que su presencia seguirá erguida
contra la vil conjura de la mano
dura del impío y poderoso.
Ya amanece. El
chirrido de un hornero anuncia el nuevo día,
Brilla el sol y el
milagro se produce.
Es la luz que entra
en el rancho campesino donde
un enlodado poncho con otro andrajoso allí se confunden
en el esperado abrazo de aliento y
optimismo.
Luz y certidumbre,
fuertemente unidas, sanarán el cuerpo y
alegrarán el alma.
Y así, como desde el
ayer lejano, día a día su labor
alumbra la gran
penumbra de una orbe indiferente.
Qué importa eso si
tamaño credo y envidiable esfuerzo,
seguirán unidos a su grandioso espíritu, para mitigar
el lamento quedo que
siempre esconde el dolor humano